De Gramalote a Villavicencio - Capítulo 2 | Así se fundó Villavicencio
Desde la llegada de los españoles al piedemonte llanero, la ganadería sería la empresa que habría garantizado la colonización y estabilidad de la región. La exitosa administración de las haciendas hecha por los Jesuitas, permitió incluir a los indígenas en la economía colonial y la relación llano-ganadería se acuñó desde aquella época.
La fundación de Villavicencio se reconoce el 6 de abril de 1840, con la actividad ganadera y la construcción de las primeras casas en las praderas de Gramalote. La incidencia que la Iglesia Católica tendría en la región se extendería incluso, después de la independencia, ya no con el dominio sobre las haciendas ganaderas, sino con su dirección y participación en la educación, evangelización y algunas actividades económicas. En 1848, el cura de San Martín, Ignacio Osorio, daría su primera misa en la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción; para 1850, la Cámara Provincial de Bogotá crearía el Distrito Parroquial de Villavicencio, anteriormente Gramalote, nombre adoptado en honor al prócer de la independencia Antonio Villavicencio y Verástegui.
La pequeña ciudad ya se perfilaba como despensa agrícola de Bogotá, lo que significó que la trocha de 125 kilómetros que conectaba ambas ciudades empezará a ser una preocupación. En 1855, la compañía británica Rothschild & Son contrató al ingeniero colombiano Ramón Guerra Azuola, para que realizara una inspección del río Meta y la vía que lo conectaba con Bogotá; el propósito era establecer una ruta comercial entre la Capital de la República y este importante río de los llanos orientales. El ingeniero llegó a la conclusión de que lo accidentado de este camino hacía imposible, a falta de tecnología, construir un camino de rueda que facilitará la conexión y el comercio entre ambas regiones.
Esta situación no impidió que los llanos orientales fueran blanco de la colonización interna, provocada en todas las regiones con fronteras naturales, tras la apuesta del Gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera de convertir a los Estados Unidos de Colombia en un país agroexportador.
Las condiciones para que los llanos orientales fueran una despensa para la Capital de la República eran adversas; pues no se contaba con carretera y el clima resultaba agresivo para los inversionistas y colonizadores. Sin embargo, esto no detuvo la segunda ola de colonización que, gracias a la compra de bonos territoriales, permitiría que muchos empresarios accedieran a baldíos del piedemonte llanero, fundando haciendas cafetaleras y cacaoteras, las cuales recibían los nombres de El Buque, El Trapiche, La Grama, Vanguardia, La Esperanza o El Triunfo, nombres que actualmente reciben barrios de Villavicencio y que en tiempos pasados fueron grandes haciendas que marcaron la actividad económica de la ciudad.
Más allá de la naciente ciudad, en dirección al horizonte, se levantaba sobre la inmensidad de la llanura, una espesa manigua que sorprendía por sus riquezas y belleza. Pero su atractivo se opacaba por el temor que despertaba en los colonizadores sus fieras, enfermedades y habitantes… los indígenas Guahibos, llamados “indios errantes”, definidos como aquellos que se resistieron a la “modernidad” y no aceptaron la economía de los colonizadores.