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Los llaneros temen que se desaparezcan las tradiciones y las manifestaciones ancestrales


“El llanero era feliz con una buena silla (para su caballo), un sombrero, un cuchillo en la cintura y con el hecho de poder salir a un parrando con su caballo bien aperado”, recuerda con nostalgia Omar Antonio Mojica, un araucano que creció en la sabana y ha sido testigo de esa particular transformación del territorio ocasionado por lo que se conoce como la llegada del desarrollo.


Varios autores a través de la historia afirman que el concepto de desarrollo aparece por primera vez hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, como una manera para explicar el atraso material y productivo de gran parte de los pueblos del mundo occidental. Es decir que el desarrollo estaba directamente relacionado con el crecimiento económico.

Omar Antonio Mojica acude al cofre de los recuerdos para descifrar esos acontecimientos relevantes del desarrollo y la influencia de la tecnología, que, según su percepción, ocasionaron que los cantos de trabajo de llano se encuentren en medida urgente de salvaguardia.


En 1985, exactamente hace 35 años, se extrajo el primer barril de petróleo en el pozo de Caño Limón, ubicado entre los municipios de Arauquita y Arauca capital. En ese momento se estableció que en Caño Limón había 2.000 millones de barriles de petróleo, noticia importante para el país porque determinó la producción petrolera de Colombia.

“Ese momento se celebró con bombos y platillos la llegada del petróleo a nuestro departamento y fue allí donde se comenzó el acabose de nuestra cultura, de nuestro patrimonio, fauna y flora”, dijo el portador de los cantos de trabajo de llano.

Omar Mojica rememora dicha época, cuando llegaron profesionales de otras regiones a trabajar en la industria de hidrocarburos, la cual se caracteriza por los buenos ingresos y garantía de un empleo. También fue necesaria la mano de obra no calificada y muchos de los vaqueros o como él lo describe “el peón de llano”, seducido por una alta remuneración abandonó el campo y se marchó a las petroleras.

“Con el primer sueldo sustituyó el caballo por una motocicleta, dejo su sombrero y de cantar para el ganado, porque su mundo había cambiado”, puntualizó Omar.

Pablo Enrique Díaz, un araucano cantautor de música llanera, portador de los cantos de vaquería y dueño de hato, no solo coincide con Omar Mojica, también explica que con la misma rapidez que llegó el fenómeno del petróleo a la región de la Orinoquía, se redujeron las tierras que en un comienzo eran exclusivas para la ganadería, porque pasaron a ser de producción agrícola. Además, se mecanizaron los procesos humanos.

“Cada día la tierra ganadera disminuye y llegan otras formas de vida qué provocan que nuestra manifestación vaya perdiendo el interés de las nuevas generaciones. Por eso en las haciendas utilizan un ordeño mecánico y una grabadora donde colocan los cantos de ordeño, ya ni siquiera los entonan”, mencionó Pablo Enrique Díaz.

Durante décadas la región de la Orinoquía se mantuvo soportada sobre una economía basada en la cría de ganado y ante la demanda de carne surgió la necesidad de que los llaneros llevaran el ganado hasta Bogotá y Tunja por los caminos de herradura que comunicaban las sabanas de San Martín, Meta, Casanare, Arauca y Vichada con el piedemonte y la cordillera andina, atravesando sabanas, esteros, caños y ríos en faenas que podían durar meses.


Cuando se llevaban a cabo esas largas expediciones donde los bovinos eran trasladados de un territorio a otro se usaba el canto de cabrestero, también conocido como canto de arreo. Utilicé la palabra “usaba” en pasado, porque así lo hace Antonio Montenegro, un hombre oriundo de Puerto Gaitán, Meta, quien prefiere andar descalzo, sin zapatos como buen llanero arraigado a sus tradiciones y que vivió en persona lo que los libros e investigaciones retratan sobre esas faenas, que hoy parecen extintas.

Con la llegada del siglo XX se comenzó la construcción y el mantenimiento de los caminos para facilitar su comunicación con otras poblaciones, de esta forma llegaron las vías pavimentadas y los caminos reales o de herradura perdieron importancia y la mayoría fueron destruidos. Así, también cambió la movilización del ganado, por medio de vehículos adaptados al efecto del transporte de los animales, que permitieron mayor rapidez y beneficio económico para el ganadero.

“Anteriormente no había vías, ni carros por lógica había que sacar el ganado arreado y como tampoco había puentes se tenía que caer a los ríos, abordarlos.

Se tenía que cantar para que el ganado estuviera tranquilo, en el día y en la noche con los cantos de vela, pero todo eso se ha acabado”, afirmó Antonio Montenegro.

Algunos llaneros temen que se pierdan las tradiciones, a tal punto que los más jóvenes nunca conozcan como eran los ancestros de esta raza pujante que por medio del canto establecían lazos con el ganado y el caballo, que se inspira en su ambiente y las vivencias del campo para escribir poemas y que se enfrenta con coplas a los espantos.


Con el fin de proteger los cantos de trabajo de llano colombo venezolanos la Unesco los incluyó en el año 2017 en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial que requiere medidas de salvaguardia urgente.

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