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We Love Villavo

Sin observar las adversidades (primera parte)



Tenía diecinueve años cuando por primera vez me enfrenté a la necesidad de utilizar un bastón. Estaba triste, avergonzada, y para colmo de males a mi madre le aterraba la idea de que su única hija tuviera que caminar con la ayuda de un cayado.

Pero ella nunca perdió la esperanza de que algún día yo recuperara la visión. Por eso, durante mi niñez, se dedicó a aplicarme gotas, pegarme parches, ponerme unos anteojos como los de Betty La Fea y obligarme a tomar jugo de zanahoria cada mañana.

Esfuerzos que no fueron suficientes, pues al paso del tiempo fui descubriendo que la ‘Retinitis Pigmentaria’, enfermedad que me diagnosticaron a mis once años, era degenerativa. Es decir, la retina, esa capa del tejido del ojo que convierte las imágenes luminosas en señales nerviosas para luego enviarlas al cerebro, se estaba deteriorando rápidamente.

Hecho que lo descubrí mientras bajaba por las escaleras de un cuarto piso. Pues en dicho recorrido vi los bordes de los escalones borrosos. Sin embargo, pensé que era algo momentáneo y seguí descendiendo lentamente. De pronto, en ese descenso estuve a punto de caer.

Con los nervios de punta y con las lágrimas en los ojos entendí que ya era el momento de utilizar un bastón. Por lo cual, dos días después, fui hasta la óptica de mi padrino de grado, quien es optómetra, para preguntarle si él conocía un lugar en dónde vendieran bastones. Él, al escuchar esta pregunta sonrió, luego se levantó de su asiento y se dirigió hasta su consultorio, en donde no tardo ni dos minutos. De regreso, se sentó a mi lado, puso en mis manos un bastón metálico y me dijo que era mío.

Con bastante curiosidad decidí preguntarle por la presencia de ese bastón en su escritorio. Él me explicó que días atrás lo había hallado en el asiento de una buseta y que entonces pensó en que me serviría a mí.

***

Tengo que reconocer que los primeros días no fueron fáciles. Sentí mucha vergüenza al caminar con el bastón, me incomodaban los comentarios de lástima que escuchaba en las calles y no me hallaba al dar cada paso.

Sin embargo, al cabo de dos semanas cambié de aptitud, luego de escuchar el jalón de orejas que me dio mi mejor amiga de la Universidad, comprendí que para los comentarios necios son mejores los oídos sordos.

Ahora pienso, que lo más difícil de este cambio de vida no es salir a caminar con un bastón por las calles de Villavicencio sino superar los obstáculos que se me presentan cada día.

Por ejemplo, tener que caminar por andenes angostos donde ubican sillas, mesas, motos, carros, vitrinas y puestos de comidas rápidas, que en muchas ocasiones me impiden dar el paso y me obligan a cambiar de acera o bajarme del andén, lo cual me deja expuesta a los vehículos y las motocicletas.

Por eso, a veces prefiero no transitar por sectores como: ' la Calle de los Negros',' la Calle de las Veterinarias', ' la Calle de los Lujos', ' San Benito', ' Santa María Reina', ' la Calle de las Floristerías', ' Caldo Parado', ' Cholados', entre otro lugares, en donde la invasión del espacio público es evidente.

Sin embargo, en algunas ocasiones no puedo huir de algunos golpes, por ejemplo, cuando cruzo por el lado de los carteles, balones y canastas que cuelgan de los techos de las misceláneas. Pues, el bastón que yo utilizo sólo me sirve para sentir los obstáculos que hay en los andenes y no en las alturas.

Por este motivo, debo tener mis oídos bien abiertos para escuchar cualquier sonido de alerta, que en ciertas ocasiones me han salvado de estrellarme con la cola de un pavo real o caerme de las escaleras del Banco de la República y de La Terminal de Transporte de Villavicencio.

Aunque en todas las ocasiones no corro con esa misma fortuna, pues algunas veces me he estrellado con los postes de cemento y he caído sobre los escombros que dejan de las obras.

***

Aun así, no crean que por ese tipo de inconvenientes yo me voy a terminar encerrando en mi casa. Por el contrario, me gusta salir sola a hacer reportería. Para ello, tomó algunas precauciones, por ejemplo, memorizar los escalones, los postes de cemento y los avisos metálicos para no golpearme nuevamente. Además, de estar muy concentrada al caminar con el bastón, para no caer en una alcantarilla o registro. ,

***


Con relación al uso del transporte público me doy mis mañas para que alguien me ayude a abordar una buseta, así tenga que acudir a un completo desconocido, que en algunas ocasiones lee mal la tabla de rutas y me termina enviando en una dirección distinta. Ahora, antes de pagarle el pasaje al conductor le pregunto cuál es el recorrido.

Hay algunos conductores que se creen Michael Shumacher y no le dan tiempo a uno que suba el pie al primer escalón cuando ya están acelerando. Si tengo buena suerte, logro subir rápidamente los escalones, para luego tener que enfrentarme con la máquina registradora, que en muchas ocasiones me termina obstaculizando el paso.

Cuando ya estoy arriba siento que lo peor ha empezado, primero porque no encuentro los tubos para sostenerme y segundo, porque el mismo conductor que se cree de la fórmula uno, arranca y no me da tiempo para sentarme.

En ese preciso momento tengo que empezar a sostenerme de las sillas o de lo que sea, para no caerme. Hasta que encuentro un asiento vacío. Cuando ya estoy sentada me dedico a contar las cuadras, los semáforos y los giros hasta que llego a mi lugar de destino.

Ya es hora de bajarme de la buseta, entonces le digo a algún pasajero que por favor oprima el timbre, pues yo no lo miro. Alguien activa el timbre y de inmediato la buseta se detiene bruscamente. La puerta de atrás se abre como desafiándome.

Entonces yo empiezo a descender de la buseta y le digo al conductor con voz temblorosa:

– Espere un momento, señor.

Mientras me apresuro a descender del vehículo, ruego a Dios para que el conductor no me deje colgando con un pie afuera y otro adentro, como me sucedió alguna vez.

A veces estoy de suerte y el conductor se hace en la orilla para que yo me baje. A veces es un buen día y no me golpeo al bajar.


Camila Mojica

Comunicadora social - periodista en formación de la Universidad Minuto de Dios. Soy reportera social y escribir es mi gran desafío, visualizo los problemas que muchos ignoran.

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