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Muros para expresarnos, aunque sea como hablarle a la pared


#Opinión Iván Bernal


De entre tantos formatos disponibles para expresar una idea en esta oportunidad se opta por el más rígido e inamovible. Los muros de las ciudades cuentan historias cortas o largas, algunas sin resolver, sobre lo que la gente de la calle siente. El muralismo más concretamente, recopila todas esas vivencias buscando llamar la atención de los indiferentes a la vez que anima a quienes son ignorados a insistir con sus mensajes.


Villavicencio destaca por un episodio reciente en donde una pintura con un mensaje textual y franco es manchada en un intento vano de ocultar una realidad. Esto evidencia otras formas de violencia tan peligrosas como aquellas que atentan contra la integridad física. El lenguaje del arte es participativo y abierto incluso para los intolerantes que censuran ideas sin hacer aporte alguno, emborronando las denuncias que llaman la atención tanto de quienes desean que las cosas mejoren como de aquellos que no soportan esas voces, esas verdades.

Por más de una década tuve la oportunidad de conocer la capital del Meta, viviendo allí y sintiendo como propios todos los aciertos y desaciertos de su gente (en la cual me incluyo) sin pasar por alto las causas de esos resultados. En esos años tuve siempre una percepción controversial que aún sostengo sobre la participación de los artistas y su mensaje en el ámbito cultural: el regionalismo como regla inequívoca, conservadora, siempre relatando la misma historia en los mismos escenarios y en los que se pasan por alto hechos que afectan negativamente a las personas que pretenden representar. De allí, con o sin controversias, partí con sinsabores, pero también nuevas convicciones enriquecidas por gente pujante y comprometida. Me enorgullece tener a todas esas personas como referentes de gestión cultural, persistentes ante la falta de garantías institucionales, impulsando con fuerza propia las iniciativas que tanta falta hacen en la región.

Exaltar las bondades de una identidad cultural noble es un acierto, sin embargo, el arte no existe para contentar y disfrazar la realidad, más bien para transformarla sin que la memoria se pierda en ese proceso. Los amaneceres llaneros, vaquería y demás tradiciones representadas en muchas obras son parte de la cotidianidad, pero no reflejan la realidad de una capital que hace tiempo se cubrió de cemento y busca expandirse en plena modernidad, con todos los achaques que eso implica para sus habitantes víctimas de ese estatismo, de ese temor de establecer contacto con el resto del mundo. Es allí donde ante la exclusión de otras perspectivas ajenas al regionalismo, las calles adoptan a quienes cuestionan la validez o pureza de las tradiciones, más aún en tiempos donde manifestarse en contra del silencio y la indiferencia necesita de voces unidas.

Esta región tan afectada por el engaño de los saqueadores, intenta sacudirse y derrumbar esas barreras a través de la expresión sincera y autónoma de artistas que sin presupuesto y con transparencia, representan a una ciudadanía agotada de callar pero que no se rinde.

Ninguna mancha podrá ocultar una verdad que será resaltada con arte hasta que las necias paredes de algunas conciencias escuchen. Persistamos en el arte para que sean más las paredes que digan la verdad y menos las que la ignoren. Persistamos para que esos hermosos amaneceres llaneros sean vividos por todos, incluso los que se ocultan tras las paredes.

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